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Personajes pintorescos de mi pueblo

 

Las persona son regalo de

Dios, no importa la envoltura,

sino el contenido...

 

Anónimo

 

A la memoria de:

Madrina Manuelita.

Mis Tíos:

Ángela, Elvira, Juan Rafael

y a mi gran amiga Arcelia.

 

ARCELIA

 

¿De donde vino?... Es un misterio.

 

Llegó un día de tantos, con su catizumba de güilas y su "marido" Santiago.

 

Unos venían con ellos otros nacieron en el pueblo.

 

De edad indescifrable, siempre jugando de chiquilla, con minifalda, uñas pintadas, con su carilla pintoresca, ojillos saltones, nariz aguileña y pelo enmarañado.

 

Con aire de gran dama, sus innumerables y alcoholismo a cuestas, la hicieron sin duda un personaje pintoresco de mi pueblo.

 

Asidua visitante de las cantinas, amiga de entablar conversación con sus compañeros de tragos, jactándose de su intelectualidad.

 

Cuantas tardes pasó sentada en las bancas de las pulperías contando historias ciertas o ficticias, llenando el vacío de las monótonas tardes de invierno.

 

De ellas recuerdo: el orgullo con que narraba sus aventuras de "percanta".

 

Los días en que llegaban los marineros a Limón y ella se encontraba entre las muchachas de la "China Cavallini", la mujer más guapa que hubo por esos tiempos en el puerto.  Contaba como esperaban los barcos para irse de parranda con los marinos sedientos de amores y licor.

 

Pagaban buen dinero que ellas disfrutaban bailando y tomando hasta el amanecer.  Recordaba que en una de esas noches locas, en él lugar donde estaban, cedieron las "basas", marineros, mujeres y botellas fueron a dar hasta media playa.  Soltando sonoras carcajadas.

 

En sus borracheras decía, "nadie se burla de mí, yo soy íntima amiga de los Magistrados de la Corte.  Además aquí donde me ven fui la china de: los hermanos Retana, los Crespo, dueños de Tienda La Gloria y pariente de los Jiménez de la Guardia".

 

A menudo mencionaba una hermana "muy distinguida" residente en Estados Unidos quien de vez en cuando le enviaba un dólar, que mostraba a todo el mundo y ropa "muy fina", exhibiéndose cual modelo de pasarela, aunque fuera sin bañar y con los zapatos llenos de barro.

 

En ocasiones derrotada por el hambre, el cansancio y el licor, rogaba le llamáramos el policía de turno para que la llevara donde "Tía María" como le decía al calabozo de la Delegación.  Era un espectáculo verla tirada en el carretillo, jalado por el policía y toda la chiquillada curiosa, tras ella imitando los ruidos de la ambulancia.

 

Tenía dos formas de comportarse de acuerdo a la gente con que departiera: la distinguida y la popular, (dicharachera, mal hablada).

 

Cuando mis primos nos visitaban se acercaba con grandes saludos en "inglés o francés".

 

"Raimon ¿come va tú?," que en su idioma quería decir Ramón ¿cómo vas?

 

Cambiaba de hablado y forma de caminar.

 

Mostraba orgulloso su anillo renegrido, con una gran perla de fantasía que juraba era una piedra especial para la buena suerte.  Amante de los horóscopos, siempre tenía una predicción a flor de labios, una recomendación sobre los colores o un aguisote para amarrar el novio.

 

En los días de lluvia se pavoneaba por las calles con un paño a la espalda que decía en letras negras "Maisón Doreé", los que no sabían preguntaban el significado, a lo que orgulloso contestaba: "Es el motel más elegante de Chepe".

 

Visitada por más de un caballero, contaba con Neno como su más ferviente admirador, quien la cuidaba de lejos, la defendía cuando la molestaban, y más de una vez tubo que salir en carrera, porque Santiago despertaba de una larga borrachera o llegaba de improviso.

 

El día de retirar la pensión dada por el estado, mostraba la bolsa plástica donde traía: un poquillo de comestible, "queso proceso", sin faltar su buena "pescuezuda".

 

Para las fiestas del Día de la Madre, asistía bien emperifollada, era el alma de la fiesta, bailando y cantando pasodobles como: "Que viva España", "Francisco alegre y olé", "El relicario", etc.  Claro con unos cuantos entre pecho y espalda.  Devolvía con solemnes reverencias, los aplausos y vivas, de los asistentes.

 

A pesar de andar siempre a "media luz" y de los pleitos con "Clarilla Güicha" a quien apodaba "Carne de lora", por el mismo aprecio que se tenían, pues hasta comadres eran.

 

Murió en un Asilo para Ancianos, después de una caída no se sabe si "resbaló en una cáscara de guaro y quedó como la tortuga habladora", según contaba muerta de la risa, después de los testarazos que se daba en las frecuentes borracheras.

 

Por sus salidas jocosas, fue querida y aún recordada por la gente de mi pueblo.

 

 

MADRINA MANUELITA

 

Desde niña me llamó poderosamente... aquella mujercita de piel morena, apariencia indígena, humilde, con una dulzura que impresionaba, al punto que cuando mi mamá medio a elegir una madrina de confirma, la imagen de Manuelita apareció en mi mente.

 

Considero que a pesar de mi corta edad fue una de las mejores desiciones que he tomado, siempre me prodigó gran cariño y dulzura.

 

Atesoro en mi memoria los días de vacaciones que pasaba en compañía de mi Madrina y Rosita su hermana.

 

Admiraba su finura a las horas de comer cuando doña Angélica su madre aún vivía.  Ponían la mesa con finas vajillas, copas con vino y elegantes manteles etc.  Cosa inusual en nuestro pueblo, pues las costumbres son más sencillas.

 

Servían de entrada una sopa de carne, como no he probado otra, picadillo de vainica o repollo, cubaces con maíz, tortillas molidas en piedra, hechas a mano, con ese sabor que solo el fogón les daba.  Esperaba con ansias el postre, que siempre era una agradable sorpresa: arroz con leche, turrón de semillas de chiverre, cajetas de zanahoria o chiverre y la más exquisita: la cajeta de leche rellena de higos o maní, "especialidad de la casa"

 

A las cinco de la tarde, comenzaban a rezar los rosarios ajenos, porque "Rosita" hacia las famosas novenas a las vecinas: Cobrando un colón y la candela de rigor.

 

-        A Santa Ana: para las que no podían quedar en estado.

 

-        A San Antonio: para que les "reparara" marido a las que estaban de "pega" (Aún no comprendo porque no les deparo marido a ninguna de las dos).

 

-        A Santa Lucía: para que les curara la vista.

 

-        A La Sagrada Familia: pidiendo ayuda para los hogares en problemas.

 

-        A San Ramón Nonato: para ayudar a las parturientas.

 

-        Al Divino Niño: por la salud de los infantes enfermos.

 

-        A San Judas Tadeo: patrón de los imposibles.

 

-        A San Alejo: que casi siempre eran las suegras quienes las pedían para alejar a los malos yernos o nueras y hasta para alejarle las "queridas" a los maridos un poquillo infieles.

 

Todo el rito religioso se realizaba frente a un altar lleno de imágenes de vírgenes, santos, resguardados por las velas y floreros, hechos con las flores que plantaba madrina con esmero en el jardín, inundando la casa con aromas de: calas, hortensias, rosas, geranios, clavelones, etc.

 

Sobre una cómoda negra, que según contaban era tan antigua como la mayoría de los muebles de esa casa tan singular.  Las camas eran de respaldares tallados a mano, empatadas sin usar calvos, negras por el humo del fogón, en lugar de colchón tenían cuero curtido.  Las paredes estaban tapizadas de fotografías de familiares vestidos a la usanza antigua y más imágenes de santos traídos de otros países, por lo que apreciaban su antigüedad y procedencia.  En la sala exhibían unas sillas de finas maderas, lustrosas, cubiertas con tapetes bordados en punto de cruz, que era la especialidad de Rosita, ya que era una bordadora muy fina, bordó hasta que sus ojitos no dieron para más.

 

Como a las seis y media de la tarde nos acostábamos, apagaban las candelas, la casa quedaba en tiniebla.  Solo con algún chispazo de una que otra luciérnaga que se filtraba por las "rendijas" de la vieja casona.  Por mi mente fantasiosa pasaban las figuras de las fotos, muy asustaba me acurrucaba en mi Madrina y dormía confiada.

 

Al amanecer, despertábamos, con el canto de los gallos y el palmear de las tortillas que preparaba Rosita en la cocina.  ¡Que delicia de desayuno!: Rosquillitas de queso y semillas molidas de chiverres, tamal de coco, galletitas de maicena y agua dulce con leche.

 

Otra rezadita y salíamos a buscar leña para el fogón y ramas de escobilla para hacer las escobas.  De paso "apeábamos": duraznos, naranjas, guayabas y limones mandarina para "el agua e sapo", refresco preparado con agua, jugo de limón y dulce de tapa, puesto a refrescar en una tinaja de barro, sobre la batea de lavar los trastes.  Regresábamos a la hora de la "burra", a saborear el gallo pinto, huevo "patiado", tortillas frescas con natilla, café o refresco.

 

En las tardes sentadas en el amplio corredor adornado con: begonias, helechos, "alientos de novia", espárragos y "gloxíneas", comentábamos el diario acontecer.

 

Los viernes era el día en que Manuelita se soltaba el cabello para lavarlo, secarlo y volverlo a trenzar, para que Rosita le formara con arte una corona de trenzas, que la distinguió por donde quiera que fuera.

 

Los sábados por la mañana viajaba a Cartago para hacer las compras en el Mercado, con vestido de falda y blusa de manta bellamente bordado en punto de cruz, zapatos negros de media bota y la inseparable bolsa de cabuya, descolorida por el uso.  Aprovechaba para ir a Radio Rumbo a dejar cartas con saludos para su familia y amigos, por ser fieles seguidoras de los programas de música ranchera que pasaban al amanecer y al final de la tarde.

 

A pesar de su humildad lucía aretes, cadena y un anillo de monograma de gran valor que les habían traído desde Nicaragua, hace mucho tiempo, el cual me heredó y conservo como invaluable tesoro.

 

En tiempo de clases, siempre me esperaba a la salida, con un gallito de frijoles arreglados con torta de huevo o picadillo.  Como sabia lo que me gustaba siempre me guardaba una cajeta de leche.

 

Para Navidad nos visitaba, iba a dejarme un presente que yo sabia con cuanto sacrificio compraba, y la alegría con que le llevaba un regalito a su "corronguita" como solía llamarme.

 

Era la "mayordoma" de la iglesia de Santa Teresa, se encargaba de mantener todo en orden y limpio, el altar lleno de flores, cultivadas en su patio para dicho fin.

 

¡Con cuanta devoción y desinterés lo hacía!

 

Con el pasar del tiempo su salud se fue deteriorando, hasta que le diagnosticaron un tumor en la cabeza, con la operación perdió su gran orgullo: ¡la corona de trenzas!  Poco a poco dejó de caminar y de hablar.  Soportando con gran serenidad, nunca se le escuchó un lamento ni queja alguna.

 

Se fue apagando lentamente, con el aire de santidad con que Dios obsequia a los seres que llevan una vida, casta, humilde y dulce.  Prodigando amor a todos los que la rodeamos.

 

¡Que Dios la tenga ensu Santa Gloria!...

 

TÍO NENO

 

Llegó con su familia a Capellades después de la revolución del 48, venían de Tucurrique, enfrentando una pobreza extrema, su madre viuda y ocho hermanos, vinieron porque Fermín el hermano, fue nombrado telegrafista en este lugar.

 

Contaba mi abuela Nina, que la deficiencia para hablar y un poco de retardo se debía a que con escasos meses de nacido, hubo un terremoto, y ella para alejarlo del peligro lo metió en una gaveta de una cómoda vieja, por varios días.

 

Realizó un sin fin de labores para ayudar a su familia: vendió pan a pie por todo Tucurrique, jaló los instrumentos de la filarmonía, ayudante de pulpero, carnicero, etc.  En nuestro pueblo se distinguió por ser miembro de cuanto comité o junta existía: De La Junta Edificadora, La Asociación de Desarrollo, etc.  No por ser intelectual, sino por que asistía con Don Carlos Cisneros líder comunal, de quien fue compañero inseparable.

 

Se sentía muy importante, parte de los diferentes proyectos.  Cuando pusieron la primera piedra de la iglesia nueva, iba su nombre junto al de los demás miembros de la junta y eso par a él fue lo máximo.

 

Católico Ferviente formó parte de la Guardia de Honor del Santo Sepulcro.  Los jueves santos vestía de camisa blanca, pantalón y corbata negra y pasaba todo el día en la iglesia.

 

Enamorado como ninguno, todas las muchachas "eran novias", pero su gran amor fue Arcelia (personaje pintoresco de la comunidad).

 

Gustaba de vestirse bien para las ocasiones especiales, saco, corbata y lentes oscuros aún en la noche, siempre masticando chicle.

 

Para los turnos salía de la casa desde el miércoles a cortar las hojas para los tamales, hasta el martes después de recoger los regueros de la fiesta.  Se encargaba de picar la leña, atizar los fogones, apear las pesadas ollas y se quedaba en las noches a cuidar para que ningún travieso llagara a robar en el galerón donde se realizaban las fiestas.

 

Nunca faltó a la vela de ningún difunto, pasaba la noche entera acompañando los deudos, venía a la casa, se cambiaba y volvía a salir, hasta, dejar la tumba sellada o el hueco bien tapado.

 

De vez en cuando le gustaba tomar un traguito, le daba la conversona, solo el sabía lo que decía pero igual reían quienes lo acompañaban.

 

Profesó un cariño especial por Raúl su hermano menor, a pesar que los otros hermanos lucharon para llevárselo, nunca quiso separarse de él.  Era como un niño grande, servicial, respetuoso.  Incapaz de negarse a favor alguno.  Amigo de hacer visitas, con más razón si había muchachas en las casas que frecuentaba.

 

Oyó hablar de la visita del Papa Juan Pablo Segundo a CR., ilusionado deseaba que lo lleváramos a San José para verlo.  Pero el destino tenía otros planes, el día que llegó el Papa sufrió un derrame cerebral y tres días después murió con la bendición que dio su Santidad a los enfermos y agonizantes.

 

El Funeral se realizó en San Rafael de Oreamuno, escoltado por sus compañeros de la Guardia de Honor, todos uniformados y por gran cantidad de gente que en alguna ocasión también el acompañó.  Quienes vieron pasar el cortejo comentaban que de seguro, era un ricachón de por ahí arriba.  Sin sospechar que su única riqueza fue: ¡Ayudar desinteresadamente a los demás!

 

TÍA ÁNGELA Y TÍA ELVIRA

"LAS TÍAS DEL PUEBLO"

 

Sentados en el amplio corredor de la vieja casona de madera, situada en la esquina de "Las Chinas", a la entrada de La Enseñanza, con una vista preciosa hacia la montañita del Birrís.  Tía Elvira recortando cuadriles de papel amarillo, Tía Ángela repasando la picadura de tabaco con una tijera vieja, Ñor Luís escogiendo mazorcas de maíz que luego desgranaría y el grupo de chiquillos que llegábamos todas las tardes a escuchar las historias contadas por los viejitos.

 

De rato en rato Tía Ángela se levantaba a espantar las gallinas y atizar el fogón.

"¡Cómo han cambiado los tiempos.  ¡Decía Ñor Luís esposo de Tía Elvira: "Te acordás cuando tenía que bajar hasta Santiago, con las yeguas cargadas de sacos de maíz, arriesgando que ya hubiera pasado el tren el cual iba para Cartago, no había otra forma de sacar la producción y de traer el comestible, para abajo con miles costos, para arriba cargado de comestibles y de los "encargos" hechos".

 

"¡Ay muchacho¡  ¡Que si costaba todo¡, en cambio ahora todo tan a la mano, por lo menos ya no hay que ir tan lejos a coger el tren, abrieron la carretera las cazadoras pasan cerca".  Decía Tía Elvira, mientras fumaba un cigarrillo con sabor a higos que ellas mismas fabricaban.  Con un elaborado proceso: primero mandaban a traer las hojas de tabaco al mercado, luego las tostaban en una lata sobre el fogón junto con las hojas de higo le sacaban las nervaduras, lo picaban con un pedazo de cuchillo e iban depositando en una lata de sardinas, la repasaban y repasaban con una tijera, que quedara bien fina y lista para ser arrollada en los cuadriles de papel amarillo, todos del mismo tamaño puestos en cerritos en una lata percudida por el uso.

 

Terminados los que haceros, sentadas en el corredor o en la mesa de la cocina, hacían cigarrillos, o deshacían las "chingas" para mezclar el tabaco sobrante con el recién preparado.  En ocasiones, a hurtadillas robábamos algunos cigarrillos que fumábamos, metidos debajo de las matas de cayote, pues ese olor cito a higo y la forma de saborearlos, las viejitas, nos hacían creer que eran deliciosos.  ¡Oh desilusión!

 

Eran fuertísimos, nos daba tos y nos lloraban los ojos.

 

Jugábamos en el patio toda la tarde, decidíamos regresar a las casas y comenzaba despedidera: ¡Hasta mañana Tía Elvira!, con interés de el gallito que siempre nos daba.

 

Cuando éramos pocos y teníamos suerte, saboreábamos una olla de carne exquisita, que acostumbraban a preparar todos los días.  A eso de las cuatro de la tarde, Tía Elvira ponía los platos de loza, descarapelados unos, otros de alegres colores, sobre el moledero, en una batea de madera, iba colocando con mucho cuidado: los chayotes, papas, yuca, ayote sazón, plátano, los huesos y pedazos de cecina, repartiéndolos equitativamente, para evitar pleitos, acompañados de una cucharada de arroz achotiado y una taza de caldo.

 

Generalmente aparecía otro comensal improvisado, de los que nunca faltaban por la fama de dadivosas, ellas preferían quedarse sin comer que dejar a los demás por fuera.

 

Cuando la cosa no andaba muy bien recurría a la tapa de dulce, para obsequiarnos con un gallito de dulce raspado, aunque no la parezca, sabían riquísimos.

 

Con el pasar de los años compraron un terreno en el centro del pueblo y construyeron el sitio de reunión de familiares y vecinos.

 

Conservaron igual el jardín: veraneras, dalias de todos colores, margaritas, jazmín del cabo calas, pastoras y las infaltables plantas medicinales: ruda, manzanilla, artemisa, hierbabuena, romero, zacate de limón y orégano, pues Tía Ángela como buena sobadora debía tener para recetar a sus pacientes.

 

Tenían sus labores repartidas: Tía Ángela encargada de los mandados, salía todas las mañanas a comprar las cosas para el almuerzo y los ingredientes para el pan o las arepas para el café de la tarde.  De paso comadreaba con los pulperos, visitaba a sus sobrinas.  A mi casa llegaba de mañanita, de pies descalzos, delantal de peto sentada en una esquina de la cocina, tomaba café, se fumaba un cigarrito, comentaba las últimas noticias...  Al rato preguntaba la hora y salía presurosa, pues imaginaba lo apurada que estaría su hermana por preparar el almuerzo.

 

"Diay, muchacha socale, no ves que ya es muy tarde, no falta mucho para que venga Carlos por el almuerzo, y vos tan tranquila".

 

Tía Ángela con la "cachaza" y tranquilidad característica, se reía, guiñaba un ojillo y decía "No oyís, no oyís".

 

Tía Elvira cocinaba, molía y chinaeba a todos, pues a pesar de no tener hijos, Dios le concedió un don especial par a dar amor maternal a cuantos se le acercaban.

 

Rezadora de novenarios, velas, rezos del niño, etc., debía salir cuando era solicitada.

 

Uno de los yernos de Tía Ángela les regaló un televisor en blanco y negro que les sirvió para hacerse fieles seguidoras de las novelas.

 

Por su ingenuidad creían que todo lo que sucedía eran hechos reales, se entristecían o se alegraban de acuerdo a las tramas de las mismas.  Si alguien llegaba, relataban lo acontecido en cada episodio: ¡Viste que se murió fulano, o se casó sutano, si no las veían se llevaban tamaña sorpresa, hasta que poco a poco comprendían el meollo del asunto.  Muchas veces el sueño las vencía reposando sus cabelleras de algodón sobre la mesa o se la pasaban "dándole jupazos al Ángel de la Guardia", cual si estuvieran embriagadas de televisión.

 

Tía Ángela era muy sencilla, no le gustaban los zapatos, solo en ocasiones especiales o cuando estaba enferma lográbamos que se calzara.

 

Tía Elvira era más coqueta, le gustaba maquillarse, usaba el colorete, el labial y el lápiz de cejas debajo del colchón en una bolsa de papel, después del baño, hacerse el moño sostenido por una peineta de Carey, sacaba la bolsita y se pintaba sin verse en el espejo "al puro cálculo", una ceja por aquí la otra por allá, el labial salido, pero ella se sentía muy guapa, este ritual lo practicó hasta el día que salió para el hospital para no volver, pues el humo de los cigarros y el fogón le destrozaron los pulmones.  Murió soñando que estaba en la cocina repartiendo "la verdura".

 

Tía Ángela vivió algunos años más acompañada de su hijo Carlos, rodeada de sus familiares y vecinos.

 

Fumando siempre fumando, hasta que sus pulmones no aguantaron, murió igual que su hermana.

 

Dejando un legado de amor fraternal y unidad, ejemplo para nuestra familia, vivieron juntas, se respetaron y cuidaron, hasta el día de su partida.

 

Las tías del pueblo, vivirán en la memoria de parientes y vecinos pues todos las llamaban: "Tía Ángela y Tía Elvira".